¿Por qué existe el mal?
Estamos ante el problema de mayor envergadura y el enigma mayor de la vida, junto con la muerte ¿Por qué existe el mal? ¿Puede ser Dios el causante del mal, si Él es El eternamente bueno, amoroso y poderoso?
¿Qué lectura podemos hacer del coronavirus desde el ser humano, desde el horizonte existencial e histórico y desde la visión de la fe? ¿Y Dios qué tiene que ver con este affaire del COVID 19? A los que preguntan ¿Dónde está Dios?
Los creyentes han acudido a sus santos devotos para que los libre de los males. San Roque, se dedicaba a cuidar de los infectados de la peste, sanándoles, haciéndoles la señal de la Cruz, según la tradición.
¿Es verdad que Dios interviene? El Dios de Jesús “es clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad. El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas” (Sal. 144). E insiste el salmista: “Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Ya en el Antiguo Testamento, se decía “Si grita a mí, yo le escucharé, porque yo soy compasivo” (Ex. 22, 20).
Dios se hace presente a través de las posibilidades y libertades que ha puesto en las personas. Siempre respeta la libertad.
La Biblia enseña que Dios no es la causa del mal; también nos enseña que la fuente del mal y del dolor está en la libertad del ser humano. El pecado es el peor mal del mundo, el que hace más daño.
Es el mal moral. Pero hay dolor y sufrimiento que no tienen que ver con el pecado, sino que tienen que ver con el proceso evolutivo de la Creación. ¿Es responsable Dios?
El poder de Dios, se revela al máximo en la impotencia de Jesús, que muere por nosotros y así vence la muerte. “Le trataron como a un leproso” (Is. 53, 4). La santidad y bondad de Dios se manifiesta en Cristo, que trata con publicanos, pecadores y prostitutas…
Ante una tragedia como el coronavirus o ante un tsunami, el creyente no puede menos de preguntarse: ¿Si Dios es poderoso y bueno, por qué no lo evita? Si no lo evita, no es bueno y todopoderoso.
¿O es que Dios no existe? Para el creyente la respuesta está en esperar y aceptar el mal como un misterio difícil de explicar. Ciertamente, no puede ser comprendido, pero si debemos combatirlo. Aquí está la clave de todo: luchar contra él.
Y podemos gritar como Jesús: Señor, Señor, ¿por qué me has abandonado?
El Señor prometió que “no habrá más llanto, ni luto, ni muerte, ni dolor, porque todo se habrá pasado”. Y mientras tanto, el misterio continúa siendo misterio.












