Preguntas en el siglo XXI.

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viernes, 17 de julio de 2020

Esta pandemia nos ha abierto los ojos

¡Abre los ojos y mira!
El ser humano es frágil y mortal. ¿Nos hemos dado cuenta de este hecho?
¿Reflexionamos más sobre la propia muerte y sobre el sentido de la vida?. ¡Qué importante es la vida!  Pero nos damos cuenta de que vivimos para algo. ¿Aportamos a la sociedad lo mejor de nosotros?

Si somos creyentes, con mayor razón, ¿pensamos en la otra vida?  ¿Estamos preparados para dar ese paso definitivo?

En estos tiempos, una visita (si están permitidas) a un anciano solo, una llamada telefónica, un buen consejo, pueden hacer tanto bien a la soledad, a tantos seres que están en sus casas, en residencias, en hospitales, en prisiones.

¿Qué hemos aprendido de todo estos meses encerrados?
¿Quizás mejores hábitos en la higiene? ¿mejores hábitos en las relaciones -aunque fuesen a distancia-? ¿mejores hábitos en el cuidado personal y la alimentación? 

Hemos cuidado el cuerpo, ¿y el alma?


Ojalá esta pandemia producida por el covid-19 nos haya ayudado y nos ayude a optar por un estilo de vida mejor. 
Para muchos ha supuesto dolor y lágrimas (dolor al que nadie de buen corazón ha sido ajeno).
Para muchos otros, ha sido una oportunidad para reflexionar sobre aspectos de su vida.
Para todos, lo podemos asumir como un aviso que a la larga es un bien.

Hay que invertir en ciencia, (la ciencia es más barata), en investigación, en sanidad, mucho menos en armamento y hay que cuidar más la casa común: el planeta tierra.

martes, 14 de julio de 2020

Evidencia en el siglo XXI

Evidencia en el siglo XXI

Las personas somos vulnerables y necesitamos una atención humana integral. Un virus invisible ha alterado nuestro modo de vida y nos ha obligado a pararnos. Y todo parón es una oportunidad para repensar nuestra existencia. 

Nos hemos dado cuenta de que necesitamos los unos de los otros. El ser humano es cuerpo, mente y alma y, por tanto, para sanar el cuerpo hace falta cuidar la mente y también el alma. El alma no la curan los medicamentos sino el contacto con los seres queridos y con Dios. 


Se ha visto la importancia de humanizar nuestros hospitales, de descubrir nuevas alternativas para que los pacientes graves no tengan que abandonar esta existencia sin la cercanía y el contacto con los suyos. 
Redescubrir el valor de nuestros mayores. No podemos abandonarlos en el momento de la enfermedad, pero tampoco debemos dejarlos solos en residencias sin visitarlos asiduamente, condenándolos al abandono de la soledad. 
Hemos visto la necesidad de cuidar la creación y luchar juntos contra los efectos del cambio climático, cuyas causas son la irresponsabilidad de la humanidad y la extracción irracional de los recursos que Dios regaló para todos.


Nos hemos preguntado sobre el sentido de la vida y sobre el modo en que la estamos viviendo. Vivíamos sumamente ajetreados, absorbidos por lo urgente y distraídos por cuestiones secundarias. Hay que redescubrir lo que realmente importa.


¿Hay vida más allá de la muerte?
Esta pregunta, ante la gran cantidad de fallecidos, ha resurgido (aunque algunos la hayan querido ocultar).
¿Qué será de nuestros familiares y amigos que han sufrido una muerte inesperada y en soledad? ¿Se ha acabado todo para ellos? 
La muerte es el paso desconocido que hemos de cruzar para pasar a la vida plena en Dios y el tránsito para el reencuentro con nuestros hermanos que nos han precedido.

domingo, 12 de julio de 2020

El aviso del coronavirus

El aviso del Covid-19
Para la opción cristiana todo se basa en la inmensa dignidad y el valor de la persona humana, en la lucha contra el mal donde quiera que se dé, en la prioridad del ser sobre el tener, en los grandes valores sobre los que se sustenta el mensaje bíblico y evangélico: la justicia, la igualdad, la solidaridad, la fraternidad universal, el amor a todos y a toda la creación, porque hasta la vida efímera de muy pocos segundos del ser más insignificante es objeto del amor de Dios y por tanto lo ha de ser también de quienes así lo reconocemos.


Todos los bienes, están subordinados al destino y al uso universal de los mismos.
Está claro que el avance de la ciencia y la técnica enfocadas hacia el poder económico, no van paralelos en avance de la humanidad y no garantizan un futuro mejor a las generaciones venideras. Es necesario sanar todo lo que hemos dañado y destruido.

Mucho falta todavía por hacer en este mundo para hacerlo un poco más justo y humano.
La Tierra fruto de la Creación de Dios, hay que cuidarla. Ella puede vivir sin nosotros, pero nosotros no podemos vivir sin ella. Cuidarla es cuidarnos, pensando sobre todo en los 815 millones de personas que pasan hambre mientras otros derrochamos 1.400.000 toneladas de comida al año y 1.500.000 toneladas de ropa. Es injusto exigirle al planeta producir tanto para luego derrocharlo y dejar a tantas personas pasar hambre, desnudez y frío. Es necesario austeridad, solidaridad y amor para el bien de todos y de toda la creación.


¿Cómo es que nos parece normal gastar cantidades ingentes de dinero en viajes espaciales, mientras dejamos en la tierra a más de 800 millones de personas muriendo de hambre?

¿Cómo no vemos infinitamente absurdos los gastos militares en armas de guerra, mientras dejamos en la tierra a más de 800 millones de personas muriendo de hambre?

España dedicó unos 16.360 millones de euros a gasto militar en el año 2018 y es el decimosexto país que más gasta en defensa del mundo, según ha revelado el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI), y resulta que llega una epidemia como la del coronavirus y no tenemos ni hospitales suficientes, ni personal sanitario suficiente, ni material de protección, ni las simples mascarillas, ni respiradores, y unas listas de espera de muchos meses para consultas y operaciones.


El coronavirus nos está mandando un aviso muy serio para que nos paremos a pensar y reflexionar: en muy poco tiempo, sin hacer el más mínimo ruido, hizo aparcar los coches, los trenes, los aviones; nos infundió miedo, nos separó unos de otros, dejó a todos los estudiantes sin clases; saturó los hospitales; agobió a médicos, enfermeras y políticos, personal de servicios varios; dejó las calles vacías, el asfalto tranquilo, las carreteras sin ruido; el aire limpio, los oídos sin descansando.

No nos armemos para la guerra, armémonos para la paz, y dediquemos toda esa ingente cantidad de dinero y de personas al cuidado del planeta, a la educación, a la cultura, a la ciencia, a la investigación;  a la limpieza de mares, montes y ríos, al cuidado de la flora y la fauna;  a la eliminación de incendios, a la investigación para la salud y  la alimentación, a la diversificación vegetal, a la reforestación, a desarrollar a los países más pobres, a la reparación de catástrofes naturales.


El coronavirus es la consecuencia de cómo estamos tratando a la tierra.
El coronavirus tampoco es, ni mucho menos, un castigo divino. Al contrario, Dios nos mandó cuidar la Tierra ya desde el origen del ser humano sobre ella. El coronavirus si es una voz de alarma que nos debe hacer pensar y cambiar nuestro estilo de vida.