El aviso del Covid-19
Para la opción cristiana todo se basa en la inmensa dignidad y el valor de la persona humana, en la lucha contra el mal donde quiera que se dé, en la prioridad del ser sobre el tener, en los grandes valores sobre los que se sustenta el mensaje bíblico y evangélico: la justicia, la igualdad, la solidaridad, la fraternidad universal, el amor a todos y a toda la creación, porque hasta la vida efímera de muy pocos segundos del ser más insignificante es objeto del amor de Dios y por tanto lo ha de ser también de quienes así lo reconocemos.
Todos los bienes, están subordinados al destino y al uso universal de los mismos.
Está claro que el avance de la ciencia y la técnica enfocadas hacia el poder económico, no van paralelos en avance de la humanidad y no garantizan un futuro mejor a las generaciones venideras. Es necesario sanar todo lo que hemos dañado y destruido.
Mucho falta todavía por hacer en este mundo para hacerlo un poco más justo y humano.
La Tierra fruto de la Creación de Dios, hay que cuidarla. Ella puede vivir sin nosotros, pero nosotros no podemos vivir sin ella. Cuidarla es cuidarnos, pensando sobre todo en los 815 millones de personas que pasan hambre mientras otros derrochamos 1.400.000 toneladas de comida al año y 1.500.000 toneladas de ropa. Es injusto exigirle al planeta producir tanto para luego derrocharlo y dejar a tantas personas pasar hambre, desnudez y frío. Es necesario austeridad, solidaridad y amor para el bien de todos y de toda la creación.
¿Cómo es que nos parece normal gastar cantidades ingentes de dinero en viajes espaciales, mientras dejamos en la tierra a más de 800 millones de personas muriendo de hambre?
¿Cómo no vemos infinitamente absurdos los gastos militares en armas de guerra, mientras dejamos en la tierra a más de 800 millones de personas muriendo de hambre?
España dedicó unos 16.360 millones de euros a gasto militar en el año 2018 y es el decimosexto país que más gasta en defensa del mundo, según ha revelado el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI), y resulta que llega una epidemia como la del coronavirus y no tenemos ni hospitales suficientes, ni personal sanitario suficiente, ni material de protección, ni las simples mascarillas, ni respiradores, y unas listas de espera de muchos meses para consultas y operaciones.
El coronavirus nos está mandando un aviso muy serio para que nos paremos a pensar y reflexionar: en muy poco tiempo, sin hacer el más mínimo ruido, hizo aparcar los coches, los trenes, los aviones; nos infundió miedo, nos separó unos de otros, dejó a todos los estudiantes sin clases; saturó los hospitales; agobió a médicos, enfermeras y políticos, personal de servicios varios; dejó las calles vacías, el asfalto tranquilo, las carreteras sin ruido; el aire limpio, los oídos sin descansando.
No nos armemos para la guerra, armémonos para la paz, y dediquemos toda esa ingente cantidad de dinero y de personas al cuidado del planeta, a la educación, a la cultura, a la ciencia, a la investigación; a la limpieza de mares, montes y ríos, al cuidado de la flora y la fauna; a la eliminación de incendios, a la investigación para la salud y la alimentación, a la diversificación vegetal, a la reforestación, a desarrollar a los países más pobres, a la reparación de catástrofes naturales.
El coronavirus es la consecuencia de cómo estamos tratando a la tierra.
El coronavirus tampoco es, ni mucho menos, un castigo divino. Al contrario, Dios nos mandó cuidar la Tierra ya desde el origen del ser humano sobre ella. El coronavirus si es una voz de alarma que nos debe hacer pensar y cambiar nuestro estilo de vida.